jueves, 1 de diciembre de 2011

Un relato sobre viajes en el tiempo


         En la última edición del concurso de relatos se propuso como tema el de los viajes en el tiempo. Mi relato, que quedó segundo en esta ocasión, parece ir de los viajes por el continuo-espacio tiempo que podrían ser posibles para una civilización muy avanzada. Pero no. El viaje simbólico o figurado se da cuando una casualidad lleva unos extraterrestres, en pleno siglo XX, a visitar el paleolítico superior. Este es mi relato, que lleva el sencillo nombre de UFO (Unidentified Flying Object) por la nave que nos visita tras viajar por el espacio y el tiempo.

UFO

El sistema analiza el universo como un continuo espacio-tiempo. De ese modo puede detectar la presencia de anomalías pasadas, presentes y futuras. Si en algún remoto planeta surge una cultura o una civilización, analizamos su evolución. Cuando sus progresos intelectuales van parejos a sus actitudes morales la dejamos progresar. Pero si observamos que su tecnología y su ciencia se aplican con fines destructivos, que sus avances les hacen muy poderosos como potenciales enemigos, enviamos una cápsula de antimateria hacia sus coordenadas temporo-espaciales para destruirles por completo.
¿Y quiénes somos nosotros para decidir de ese modo sobre los demás culturas que existen en el cosmos?
Majestad, somos los primeros que hemos alcanzado la tecnología necesaria para constituirnos en guardianes del universo. Es lógico que aceptemos asumir ese papel, por el bien de la más antigua y más avanzada de las civilizaciones del cosmos, la nuestra.
No puedo dejar de pensar que estamos interfiriendo en los asuntos divinos...
Cuando se lanzó a la nada la minúscula partícula de peso infinito que originó el Big Bang se puso en marcha un plan inmenso. Dentro de ese plan estaba la aparición, a lo largo de miles de millones de años, de formas de vida inteligentes. Era de prever que alguna de esas formas alcanzaría tal elevado estado de desarrollo que lograría los medios para el estudio global del tiempo y del espacio. Todo lo que ha ocurrido hasta el apogeo de nuestra cultura entraba en los planes de Dios. Si nos ha dado este poder y estas posibilidades, es lógico que las utilicemos para preservar algo que es, en definitiva, obra suya.
Creo que la Cámara de Representantes debería ser informada de lo que está haciendo. No prosiga con su plan hasta la próxima reunión del Senado Imperial.
En ese caso daré la orden de detener el programa de “limpieza cósmica” hasta nuevo aviso...
Gracias, puede retirarse. Que tenga un buen día, coronel.


El Coronel Wong, jefe del Departamento de Defensa Global de la Confederación Galáctica de Orión, se sentó ante el monitor de su terminal. Introdujo su clave y elaboró una sencilla consulta sobre el continuo espacio-tiempo. Quería saber de antemano el resultado de la futura reunión. Obtuvo el informe en pocos minutos. El Senado aprobaría su programa. Pero impondría una condición. Antes de enviar ninguna cápsula de antimateria una comisión visitaría el sistema planetario para evaluar la certeza sobre el riesgo tecnológico o bélico de la civilización potencialmente exterminable.


Pocos días más tarde partía la primera expedición evaluadora. Se dirigían a un lejano planeta, situado en la zona exterior de una pequeña galaxia en espiral. En ese planeta un pueblo había progresado de forma considerable, de acuerdo con los datos ofrecidos por el sistema de análisis. Dotados de conocimientos científicos considerables, de un notable dominio matemático y de un lenguaje propio que les permitía, por ejemplo, denominar a su galaxia como “La vía Láctea”, sus habitantes eran capaces de contar el tiempo basándose en los ciclos de rotación de su planeta alrededor de una pequeña estrella a la que llamaban Sol. Hacia el tiempo designado allí como el vigésimo siglo descubrieron el poder de la fusión nuclear. Aunque ridículos comparados con las cápsulas de antimateria desarrollaron unos ingenios explosivos de gran potencia e hicieron numerosos ensayos con ellos. Pero, y eso era una clara señal de peligro, los utilizaron en un breve espacio de tiempo sobre dos ciudades, con efectos devastadores. Los informes eran muy claros: los habitantes de aquel lejano planeta conocían el modo de elaborar armas de destrucción masiva de considerable potencia. Y si bien era cierto que su incomprensible actitud de constante trifulca interna les hacia por el momento enemigos poco dignos de consideración, cabía la posibilidad de que algún día lograsen ponerse de acuerdo y dirigir hacia el exterior su agresividad. Y al ritmo que progresaban sus conocimientos tecnológicos podrían con el tiempo disponer de naves para viajar por el universo. ¿Cómo actuarían entonces al descubrir otros mundos habitados dotados de abundantes recursos naturales y riquezas?


El viaje por el exterior del continuo espacio-tiempo era sencillo y rápido. Pero cuando se visitaba por vez primera un nuevo lugar del universo no era fácil precisar las coordenadas exactas del punto de llegada. Por ello, y por la existencia en aquel planeta de una densa atmósfera que podría suponer un riesgo a altas velocidades decidieron regresar al continuo a baja velocidad y ya cerca de la superficie.

¡Mire, capitán! ¡Esta cubierto de agua!
Es cierto. Todo lo que se ve hasta la lejanía es un inmenso mar.
El sistema de navegación detecta la existencia de una costa. Nos dirigimos a ella.
¿Qué datos nos da el sistema?
Se trata de un amplio territorio montañoso, cubierto de abundante vegetación en forma de bosques de frondosos árboles. El terreno se eleva hacia el interior y a través de un largo valle discurre una corriente de agua, que llega hasta la costa.
Ya lo tenemos a la vista. Tripulación, prepárense para tomar tierra. Buscaremos algún claro en medio de esa inmensa selva.


El capitán de la nave escuchaba incrédulo las noticias de los tres comandos que había desplegado para estudiar a los posibles habitantes de aquel curioso planeta. Todos venían a decir lo mismo. Existían varios núcleos habitados formando una comunidad en el valle superior del río. Otros poblados ocupaban la zona próxima al mar. Estos eran predominantemente pescadores, mientras que los que vivían en el altiplano eran sobre todo agricultores y cazadores. Tenían muchos puntos en común. En cada aldea existía un jefe o reyezuelo, y cada comunidad era gobernada por una especie de Pequeño Emperador que habitaba en la mayor de las aldeas. Además, en todas las tribus había por lo menos uno o dos individuos a los que los demás respetaban y veneraban, a los que llamaban “sabios” o “chamanes”.

Hemos explorado a fondo un ancho valle, de unos ochenta kilómetros de largo, por cuyo centro corre un caudaloso río al que llaman Waghi. Las tribus que lo habitan se hacen llamar el pueblo Kuma, hablan todas el mismo idioma y tienen una cultura primitiva común. Precisamente en estos días están celebrando unas curiosas fiestas y en todas las aldeas siguen el mismo rito. Durante las noches se unen alrededor de una gran fogata y tras beber un brebaje que preparan según las instrucciones de aquellos a los que llaman “sabios”, danzan como locos al son de la música de primitivos instrumentos.
¡Qué curioso! Pero, ¿os han parecido peligrosos?
— ¿Peligrosos? En absoluto. No conocen la existencia ni el uso de los metales. Para sus armas, lanzas, arcos y flechas, utilizan sólo piedras y materias vegetales. Son una gente pacífica con un curioso conjunto de creencias animísticas. Creo que nos han tomado por dioses. Para que nos puedan recordar como tales les hemos obsequiado con una vieja palanca de maniobra de la nave.



El Emperador se puso en pie. Los representantes de la Confederación Galáctica esperaban en silencio. Algunos sonreían y se miraban entre sí. Era cosa sabida que el Coronel Wong y sus proyectos de “limpieza” no eran bien vistos por la mayoría de los senadores, y las noticias traídas por la misión parecían dejarle en entredicho.

Estoy seguro de que se cometió un error en la programación del viaje por el hiperespacio. Las coordenadas de espacio tiempo que les ofrecí debían llevarles al que ellos llaman su vigésimo siglo. Alguien debió manipularlas y les visitaron miles de años atrás.
Eso está descartado. Lo hemos verificado cuidadosamente.
¡Es imposible! En esa entidad temporal los habitantes de ese planeta poseen armas de destrucción masiva y constituyen un potencial peligro para la Confederación.
¿Llama usted armas de destrucción masiva a las lanzas y las flechas con puntas de piedra?
No. Me refiero a ingenios basado en la fusión nuclear.
¡Esos seres primitivos, esos pueblos ágrafos dominando la energía atómica!

El Emperador río y la mayoría de los senadores le hicieron coro. El coronel enrojeció y permaneció callado.

Mire, Coronel. Desmantele todo ese proyecto suyo de “Limpieza Galáctica”. Queda definitivamente suspendido. Y guarde sus cápsulas de antimateria por si un día nos ataca un enemigo de verdad.



Notas del diario de la antropóloga australiana Mary Ray, durante sus estudio de campo de las tribus Kuma, en Papua Nueva Guinea, en los años cincuenta del siglo XX:

16 de mayo : Hoy hemos visto algo que rompe todos los esquemas que teníamos sobre este pueblo. Hasta ahora lo considerábamos como una reliquia viviente del paleolítico superior. Pero tal vez debamos reconsiderar esta opinión. Para presenciar en vivo sus ceremonias he visitado la mayor de las tribus Kuma, situada al pie del Mount Hagen. Su gran jefe, Komuu-Nda me ha recibido y llevaba en la mano un curioso cetro… ¡metálico!. Pero lo más extraño es que ese cetro puede desmontarse y en su interior se ven innumerables módulos interconectados como en algo parecido a un sofisticado mecanismo eléctrico.

18 de mayo : Ha quedado aclarado el misterio del cetro de Komuu-Nda, pero nos hallamos ahora frente a un misterio todavía mayor y de mayor alcance. El buen hombre me ha relatado que el cetro es un regalo de los Dioses, que llegaron un buen día desde el cielo en un navío volador que flotaba en fuego y rugía como un trueno. Está claro que me habla de la antigua visita de unos seres extraterrestres.

20 de mayo : Parece increíble. Los Kuma se ofrecieron a llevarme al lugar donde se produjo la visita de los dioses. Les seguí a una meseta apenas cubierta por matorrales y allí vi perfectamente delimitada en la hierba la huella de una gran nave de forma elipsoidal. Pero por los restos quemados y el calor que todavía surge del suelo en algún punto es evidente que esa visita tuvo lugar hace poco tiempo. Tal vez unas semanas. ¡Lástima no haber estado aquí en aquellos momentos! Habría ofrecido a los visitantes una idea más exacta de nuestra cultura y nuestra civilización que la que sin duda se llevaron.


En este relato no hay setas, es cierto. Pero podía haberlas. De hecho en el borrador inicial llegué a mencionarlas pero desaparecieron al tener que limitar la longitud del texto a 1700 palabras, de acuerdo con las bases del concurso de Bubok. Porque tanto los Kuma, como el valle y el río Waghi, y el Mount Hagen existen realmente. Es más, existió también una antropóloga australiana que les visito en los años cincuenta del siglo XX que se llamaba Mary Ray. Cuando visitó aquellas tribus lo hizo porque un Misionero, el padre Gitlov, había mencionado que entre aquellas tribus se celebraban una vez al año unos curiosos ritos en los que una noche se bebían un brebaje en el que incluían determinados hongos (los hongos Nonda) y ello les desencadenaba una especie de "Locura", la "Locura comediante" de los Kuma.


Mucho tiempo ha pasado desde que escribí mi primer relato de ciencia ficción. Y también desde que inicié esta segunda época en mi camino como escritor, la del relato breve. Y observo que la ciencia ficción ha ido apareciendo aquí y allá en varios de mis relatos. H.P.G. era un típico relato de CF sobre la inteligencia artificial. Algo parecido podría decirse de Alex, mi cuento sobre el inquietante hijo biónico. También era CF el relato del viaje de Ewan y Weena al planeta superfeminista. Y el mismo Proyecto Hematófago, aún dentro del tema de los vampiros, es un relato de CF. Me pasan por la cabeza algunas ideas. ¿Un futuro libro sobre CF? ¿O un libro recopilatorio de mis relatos, agrupados por capítulos? Los habría de CF, de humor, de médicos, de historia y religión… Son proyectos nada más.

sábado, 29 de octubre de 2011

Un cuento humilde

          En una de las pasadas ediciones del concurso de relatos breves de Bubok se propuso como tema "la humildad". Casualmente había recibido aquellos días un mensaje de una sobrina, en el que nos explicaba a la familia algunos detalles de un viaje en el que se hallaba embarcada por algunos lugares de Asia. Con algunos de los avatares de aquel viaje arrancó mi relato. Se trataba de la humildad y eso no era difícil en la India. Me quedó un relato apañadito, en el que de nuevo, como me ha ocurrido otras veces en mis escritos, las setas se colaron para jugar un papel más o menos relevante.


¡Esas vacas sagradas!

       Los dos viajeros, una pareja algo por debajo de los cuarenta, bien equipados y pertrechados, dejaron sus mochilas en el suelo y se sentaron en un rústico banco de madera. Abrieron una bolsa y sacaron algo de comida, unos sandwiches que habían comprado a un vendedor ambulante la noche anterior en la estación, justo antes de salir.
           Estaban cansados del viaje pues aquella noche, en el tren, apenas habían podido dormir unas cinco horas. Por suerte habían conseguido un compartimiento en el que viajaron solos, de modo que no tuvieron problemas de convivencia. Ningún hindú roncador ni nadie vociferando había alterado aquellas pocas horas de descanso.
           La primera parte del viaje desde el Nepal había sido también agotadora. En especial el trayecto en autobús desde Katmandú, que teóricamente debía durar unas siete horas y que en realidad supuso algo más de diez. Sin embargo, la experiencia del rickshaw hasta la frontera fue mucho más divertida y agradable. Salvo, tal vez, por el hecho de que el pobre hombrecillo que lo arrastraba, a ratos parecía que no podía con su alma, llevándoles a ellos con sus pesadas mochilas. Y la verdad, más de una vez pensaron que el vehículo se iba a romper con su peso. Por ello, aunque no solían dar propinas, le habían pagado algo más de lo acordado, como una compensación por sus esfuerzos.
           Pasaron sin problemas la frontera entre Nepal e India, en medio de una multitud de gente que iba y venía a lo largo de una callejón ancho, muy transitado, en medio del cual unos funcionarios les hicieron llenar los formularios y el papeleo correspondiente sobre unas mesas de madera, para a conti-nuación tomar sus pasaportes, mirarlos y devolvérselos indicán-doles que podía proseguir hacia el otro lado de la calle, el sector hindú.
          Una vez en la India habían tomado otro autobús, esta vez hindú y, por lo tanto, algo mejor que el nepalí, hasta Gorakpur la ciudad donde debían tomar el tren y a cuya estación llegaron cuando estaba oscureciendo. Aquella estación de ferrocarril les había impactado muchísimo porque estaba atiborrada de gente. Gente por todas partes. Sobre el suelo de la estación durmiendo, comiendo, jugando a cartas o haciendo cosas menos agradables. En algunos lugares se veían ratas. Pero no ratas normales. Ratas gigantes. Ratas como perros. Y muchísimos perros, la mayoría escuálidos y de penoso aspecto. Aunque les habían prevenido sobre esa convivencia miserable de animales e hindúes, no esperaban algo así: animales y seres humanos mezclados por todas partes, en medio de la porquería y la basura.
         Acabaron su frugal desayuno, y tomando las mochilas se adentraron en las callejuelas de Varanasi, pues en el centro de la ciudad les habían recomendado un buen hotel, de aceptable precio y sobresaliente nivel de limpieza e higiene, considerando los estándares de la vieja ciudad.
         El establecimiento no les defraudó. Se instalaron en su habitación, y tras ducharse y cambiarse salieron de nuevo a la calle, con la intención de dirigirse hacia la orilla del río, la zona de los ghats, aquellos peculiares muelles a los que acuden los habitantes de la región con su difuntos para las ceremonias de cremación. A lo largo de ellos pudieron ver algunas de aquellas ceremonias. Las encontraron curiosas e interesantes, pero no pudieron evitar ese sentimiento que agarra el corazón y lo sacude, al ver aquella gente entregando a sus seres queridos al fuego purificador y al río sagrado.
         Para el regreso tomaron un estrecho callejón que atravesaba el barrio próximo al río y llevaba directamente al hotel. Hacia la mitad del camino debían cruzar una plazuela, pero el paso hacia el hotel estaba cerrado por la presencia de una par de voluminosas vacas que reposaban, indolentes, en el suelo, rumiando cansinamente. Aquello era fastidioso en verdad. Si no pasaban por aquel lugar tendrían que retroceder hasta el río y dar un gran rodeo. Por eso fue que intentaron que las vacas se moviesen.
          —¡Bichos! ¡Ea! ¡Arriba, caramba!
         Las vacas les miraron con curiosidad, pero no se movieron lo más mínimo.
         —Dejen tranquilos a esos animales, my friends, o se van a meter en un buen lío.
         El que así había hablado era un hombrecillo delgado, de edad indefinida, que se hallaba sentado en una banqueta junto a la entrada de una de las casas de la plazuela. Vestía como unas pobres telas de color crudo y sus ojos pequeños y brillantes destacaban en su faz cetrina. Agarraba con una mano un bastón de leño nudoso y señaló con él a los animales.
          —El espíritu de Brahma habita en esas bestias. Son sagradas.
          —¿No podría usted convencer a Brahma para que las moviese un poco?
          —Son ustedes extranjeros, veo. Vengan aquí, siéntense a mi lado. Las vacas rumiarán un rato y se irán. Las conozco bien.
          —¿Y dice usted que el espíritu de Brahma vive en esos bichos?
          —Así es, milady. Son sagradas. Pero no las culpe por ello. Ellas no escogieron ser holly animals. Fue Brahma quien las escogió a ellas.
          —No me diga...
          —Fue hace mucho, muchísimo tiempo. Brahma se presentó en la forma de un viejo peregrino a un joven, intocable como yo, que vivía del pastoreo y del cultivo de la tierra. Fue un día en que el joven se hallaba sentado sobre una roca vigilando su ganado, en un valle situado al pie de una elevada colina en la que habitaban, en un monasterio, un grupo de brahmanes. El joven sabía, pues les había visto recogerlo en los altos bosques de unos montes próximos, que ellos consumían el Soma, que brotaba de la tierra tras la tormenta, cuando el relámpago la fertilizaba. Y había oído cosas maravillosas de aquel Soma. Sabía que ellos, por su mediación, hablaban con su Señor. Pero también sabía que sólo ellos, las castas superiores, podían tocarlo y utilizarlo. Se lo habían enseñado desde muy pequeño: "Eso que crece en el bosque, el Soma de los Brahmanes, es tabú para nosotros. Tan solo con rozarlo, moriremos." El joven se preguntaba por qué ellos, los intocables, no podían hablar con Dios como lo hacían los monjes. ¿Eran demasiado humildes para Brahma?
          —¿Y Brahma se le apareció como un peregrino, dice usted?
          —En realidad, milord, el Dios se hizo transportar por el peregrino, en su alforja. Cuando el joven pastor estaba en lo más profundo de sus meditaciones sintió una voz.
          "¡Salud, joven! El señor ha querido darte una respuesta.".
          El muchacho se puso en pie y vio a un anciano de largos cabellos y larga barba blanca, vestido con una sencilla túnica y unas sandalias, apoyado en un cayado de madera. El anciano introdujo la mano en su alforja y le entregó algo parecido a un panecillo pasado, enmohecido, cubierto por una floridura de color blanco azulado.
          "Dale de comer esto a esa vaca que pace allí".
          El joven tomó el panecillo y se quedó mirando al anciano peregrino.
          "¿Por qué he de dárselo?"
          "Brahma viene hacia ti desde este alimento. La vaca será el camino. A través de ella el Dios se te manifestará. Larga vida par ti, joven pastor."
          El joven quedó mirando incrédulo como el anciano se alejaba valle abajo. Sopesó en sus manos aquel mohoso chusco y a punto estuvo de tirarlo. Sin embargo, pensó, a la vaca seguramente le gustaría. Y se acercó al animal.
          —¿Se lo comió la vaca?
          —Como era de esperar la vaca lo masticó y lo tragó en un santiamén. Y nada pasó.
          —¿Nada?
          —No de momento. El joven pensó que aquel peregrino le había tomado el pelo, y resignado se encogió de hombros y se acostó en la hierba próxima para descansar aquella noche. Y al amanecer, guiando a las vacas, que habían dejado un buen trozo del verde prado cubierto con sus tifas, se dirigió hacia su cabaña, situada en el otro extremo del valle.
          —¿Y cuándo aparece Brahma en esta historia?
          —Paciencia, milady. Un par de semanas más tarde el joven regresó a aquellos prados de la parte alta del valle y se acercó al linde de un bosquecillo para reposar y comer su frugal almuerzo. A pocos metros vio el lugar donde días antes habían ramoneado los animales, cubierto de tifas medio secas, y algo llamó su atención. Aquí y allá, en medio de las tifas, parecían crecer unas extrañas plantas. Se acercó al lugar y vio que eran como unos dedos cubiertos con un capuchón de color anaranjado. Tocó uno. Su consistencia era tierna y su superficie suave. Lo arrancó y lo acercó a su nariz. Inspiró profundamente su agradable aroma. “Esta planta es Pũtika, es sagrada.”, pensó. Recolectó un puñado de aquellos dedos y los tomó en su cena. Y al poco, aquella noche, Brahma apareció ante él, sobrecogedor y majestuoso, pero bondadoso y apacible al mismo tiempo. Y le habló y le bendijo.
          Pronto se corrió la voz: el espíritu de Brahma habitaba en aquellas plantas que crecían en las tifas de las vacas. Lógicamente, de eso a considerarlas como holly animals solo había un paso. Y el paso se dio y el mito persistió. Simplemente porque unos humildes honguillos del estiércol permitieron a los más humildes comunicarse con la divinidad.
          Vaya. Veo que las vacas se levantan ya, my friends. El paso está libre. Podéis seguir vuestro camino, jóvenes viajeros.
          —Gracias, buen hombre. Por su compañía y por esa historia tan bonita que nos ha contado. Si por casualidad necesitase algo de nosotros estamos en ese hotel, al fondo del callejón. Vamos pasar todavía dos o tres días en Varanasi.
          —Gracias a vosotros. Si necesitáis algo de mí me encontraréis todas las tardes, aquí en esta plazuela.
           Tomaron de nuevo sus mochilas y se alejaron en dirección al hotel por el estrecho callejón, comentando que cada experiencia de su viaje superaba con creces las expectativas con que lo habían iniciado.
Al llegar a la puerta del hotel se volvieron. A un centenar de metros, al fondo del callejón, en la plazuela, el humilde intocable les saludó alzando su nudoso bastón con una mano. Llevó los dedos de la otra mano a la frente y, proyectándola hacia delante, pareció enviarles su bendición.


         Más recientemente en uno de los certámenes del concurso el tema propuesto era "la familia". Para esa ocasión escribí un pequeño relato de ciencia ficción, con ciertos toques de cine de miedo. Quedó en quinto lugar en las votaciones del concurso, por lo cual se ganó el figurar en un blog que se ha estrenado hace poco sobre el ya recurrente tema del concurso quincenal de relatos de Bubok, "La calle de los Relatores". Si visitáis ese blog, encontraréis mi relato: "Álex". Por favor, en la última línea falta este signo "?" ¿Me hacéis el favor de imaginar que el relato acaba con él? Gtacias.

miércoles, 20 de julio de 2011

Un pequeño relato a proposito de hongos y hormigas

            En el foro de micólogos conocido como "Micolist" se ha hablado de los hongos cultivados por insectos. Ha sido a partir de una foto del museo de ciencias naturales de Tokyo que muestra el crecimiento del hongo Termitomyces eurrhizus. Todo ello me ha traído a la mente mis recuerdos del libro de Elio Schaechter. En su capítulo 13 (Insects as fungus gardeners) comentó muchas y muy interesantes cosas sobre este interesante aspecto de las relaciones entre los seres vivos. Precisamente basado en las impresiones que me produjo su lectura nació años después este pequeño relato mío, que forma parte de mi primer libro de cuentos que, como mi novela y mi tesis, se pueden encontrar en mi página pública en bubok.

He aquí el relato en cuestión:


La visita del inspector

—Majestad, ha llegado el inspector.

La vieja reina se removió, incómoda, en su lecho de fina arenilla tamizada, cubierta de restos de hojas trituradas.

—Está bien, está bien. Decidle que pase.

        Hacía dos días que había recibido el aviso de la inminente visita del inspector imperial. Desde entonces no había podido dejar de pensar en esa desagradable visita. No le habían dejado claro el motivo de la inspección. Tal vez no fuese una inspección en sentido estricto. Quizás fuese una mera visita de cortesía o, a lo sumo, una sesión informativa.

Pero en su fuero interno temía algo peor. Sabía que las noticias sobre los extraños acontecimientos acaecidos en la colonia acabarían por llegar, pese a sus esfuerzos para ocultarlos, a conocimiento de la reina del mayor y más antiguo hormiguero de la comarca, aquella que ostentaba el cargo de Gran Emperatriz.

Tal vez las cosas no habrían trascendido si se hubiesen limitado al ámbito del hormiguero. La insolente conducta de algunos obreros que habían dejado el trabajo para irse a libar néctar hasta caer amodorrados en medio de cantos estúpidos, no tuvo lugar en las profundidades de las galerías de la colonia. No. Los muy sinvergüenzas habían montado su particular fiesta en el llano, al pie del gran sicómoro. Hormigas de diversas procedencias les habían visto entregarse al néctar, caminar torpemente y, en algún caso, atreverse a plantear contactos y rozamientos a seres tan poco apropiados como las escolopendras.

           Realmente ella no había visto nada de todo aquello. Como reina madre del hormiguero se veía obligada de por vida a permanecer confinada en aquella gran galería subterránea, a varios metros de profundidad, donde era adecuadamente alimentada y donde no cesaba de producir aquellos huevecillos, fundamentales para el mantenimiento de la colonia. Sin embargo, desde hacía algunos días sus emisarios no paraban de traerle las desagradables nuevas. Primero fueron las juergas, más tarde los problemas en las excavaciones. Algunos de los encargados de abrir nuevas galerías, en vez de seguir el método tradicional y seguro de la ojiva, estaban cavando cuevas de abigarradas formas, con techumbres irregulares.

El inspector imperial, una vieja hormiga de elevada estatura y de mirada severa, se plantó ante la reina. Esta esbozó una sonrisa, y le tendió su pequeña extremidad.

—Sed bienvenido, amigo mío... ¿Qué os trae por aquí?
—No finjáis ignorarlo. Lo que está ocurriendo en vuestra colonia es intolerable. He venido para averiguar los motivos. Y para aplicar el adecuado remedio.— Miró a la enorme y voluminosa hormiga reina, frunciendo el entrecejo, y sacó de una bolsa que colgaba de su hirsuto cuello una fina hoja con anotaciones. He aquí una relación de los hechos...

        En los minutos siguientes la superficie frontal de la porción cefálica de la reina fue pasando por una gama de colores que iban del ocre amarillento al rojo obscuro. Lo que sus emisarios le habían hecho saber no era nada, comparado con lo que le fue relatando el inspector, que acabó comentando algo aun más insólito, si cabe, que todo lo demás.

—Para acabar de agravarlo, he podido observar, al llegar hasta aquí, que la parte exterior de vuestro nido, el cono superficial, no es tal cono. Tiene una forma grotesca. Remeda un gigantesco obrero en posición de defecar...
—¡Dios mío! – El color de la faz de la reina viró instantáneamente a un pálido enfermizo.— ¡No es posible!
            —Ya lo creo que lo es. Y convendría que llamaseis de vez en cuando al orden a los obreros encargados de esa estructura. Cuando les he recriminado su obra, en vez de agachar la cabeza y pedir disculpas me han mirado con una sonrisa estúpida y me han dicho: “¿Verdad que mola?”
—¡Qué horror!
—Majestad, voy a proceder a una inspección a fondo. Quiero ver hasta el más recóndito rincón de vuestro hormiguero.
—Desde luego, desde luego. Lo entiendo perfectamente... mis fieles emisarios os ayudarán.

La reina hizo un gesto con sus pequeñas extremidades y de la penumbra surgieron dos hormigas prácticamente idénticas, que se cuadraron con aire marcial frente a ella y el inspector imperial.
           
—Acompañaréis al inspector. Dadle cuantas explicaciones solicite. Ayudadle en todo lo que desee y mostradle cuantos lugares quiera ver, fueran los que fuesen. Y hacedlo no porque lo diga yo, sino por su condición de representante de la autoridad imperial.
—Sí, majestad.

Durante tres largas horas el inspector, guiado por los dos emisarios, fue recorriendo numerosos túneles y visitando innumerables cuevas y galerías. Por donde quiera que  pasasen durante su visita a la gran colonia, era evidente que algo estaba trastornando el comportamiento de aquel enjambre y lo estaba haciendo de forma muy curiosa. Aquí y allá encontraron hormigas que en lugar de estar entregadas al trasiego de alimentos o a la excavación de nuevos espacios, se hallaban recostadas canturreando. Al pasar junto a ellas les miraban con una expresión de placentera tranquilidad, sonriendo de manera casi estúpida. En otros lugares encontraron hormigas que, encargadas de ir almacenando granos y semillas, lo hacían al ritmo de canciones extrañas, pasándoselas de unas a otras como jugando a un juego que, por lo visto, les entusiasmaba y divertía. Donde se estaban excavando nuevas galerías pudieron ver como la mayoría de las hormigas encargadas del proceso lo hacían de manera muy distinta a lo previsto en los planos diseñados previamente por las hormigas ingenieros. Pero éstas eran las primeras en pasar por completo de los planos, y miraban con satisfacción y alegría el avance de aquellas obras que daban a las nuevas cuevas y galerías un aspecto completamente distinto del que era habitual en los hormigueros de la región.

Dicho en pocas palabras, por todas partes los obreros y el resto de las hormigas, con una especial alegría, parecían encontrar notable satisfacción en transgredir las normas de conducta habituales en los hormigueros dignos y en las colonias respetables.

Hacia el final de la inspección llegaron a la zona de los criaderos de fungus. Como muchas otras razas de hormigas, cultivaban fungus en profundas cuevas estratégicamente excavadas para que la temperatura y la aireación fuesen óptimas para su desarrollo. El suelo de estas cuevas estaba cubierto por una capa de materia vegetal formada por fragmentos de hojas y ramillas que previamente habían sido masticados y ablandados por unos individuos de la colonia dotados de poderosas mandíbulas y de unas voluminosas glándulas secretoras que contribuían a humedecer aquella biomasa. Todo aquel substrato orgánico estaba infiltrado por millones de finísimos filamentos blanquecinos que, aquí y allá, se apretaban y unían para formar unos nódulos esféricos blancos, ligeramente manchados de azul.

—El largo viaje hasta aquí me ha abierto el apetito. Joven, deme un nódulo de fungus.
—Cómo no, señor inspector. Aquí tenéis.
—Es curioso... ¿Qué clase de fungus es este que cultiváis aquí? En vez del color amarillento habitual este tiene tonalidades azuladas. ¡Caramba! Su gusto es excelente... ¡Ya lo creo! Al menos, sobre este punto podré informar positivamente. Dame otro nódulo, si no te importa. Mejor dame dos.

En los minutos siguientes el talante del inspector imperial pareció ir cambiando progresivamente, a medida que se aproximaban a la gran sala real. Su expresión dejó de ser huraña, y llegó – cosa sorprendente en un enviado imperial – a reír francamente y bromear con algunas jóvenes hormigas obreras que se hallaban almacenando grano.

Cuando entró de nuevo en la estancia de la reina, ésta abrió unos ojos como platos. El inspector venía tomando de la cintura a una joven y aguerrida hormiga guerrera, que le miraba con ojos soñadores.

—Deja, deja. Luego hablamos de ese viaje... ejem, ejem. Majestad...
—Eh... ¿Sí?
—No me queda sino felicitarte. Mi visita ha concluido. Partiré de inmediato hacia el hormiguero imperial. Quisiera pedirte un favor..
—Cualquier cosa que deseéis, señor inspector...
—¡Por favor, Queen! Llámame Arthur.
—Claro, claro, Arthur. Cualquier cosa que desees...
—Esta apuesta guerrera de tu hormiguero ha aceptado venirse conmigo. La vida de un inspector imperial no es fácil y se me estaba haciendo... digamos que algo monótona. Estoy seguro que con ella, y a partir de ahora, las cosas van a cambiar. Vamos, Lena.
—Te sigo, cielo. Majestad...
—¡Oh! Marchaos ya... Id con mi bendición.

La reina reflexionó unos instantes. Según le habían informado sus emisarios, el cambio en la actitud del inspector se produjo después de que probó el fungus.

—¿Cuándo se ha sembrado la cosecha actual del alimento?
—Hace cosa de quince días renovamos totalmente el substrato para una nueva siembra. El germen lo trajo el encargado de los suministros, y lo inoculamos como siempre.

—¡Llamad al encargado de suministros y compras! ¡Qué acuda de inmediato a mi presencia!

Poco después un bello ejemplar de hormiga, hermoso joven al que miraban sin disimulo la mayoría de las obreras y guerreras, se presentó ante la reina.

—¿Me llamabas, mamá?
—¡Hijo! Tú...
—El consejo me nombró encargado de suministros el mes pasado. Por cierto, me permití la libertad de replantar los huertos con un nuevo tipo de fungus.
—No te entiendo...
—En vez de comprar el germen en el mercado imperial, se lo compré a un viejo comerciante que conozco, que vive solo en el bosque.
—¡Hijo! ¿No será ese inmigrante que vende néctar fermentado, jugo de cactus y otras bebidas... absoluta y totalmente prohibidas?
—Ese mismo. Me vendió un germen de fungus traído de tierras exóticas. Me aseguró que es excelente.
—Y lo es, hijo mío. Seguro que lo es.

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           Todo lo que está ocurriendo allí es muy extraño, es cierto. Pero la vida sigue adelante en la colonia. Y lo hace de un modo que me cuesta describir. El hormiguero se expande, sus reservas aumentan, y todos sus habitantes parecen vivir ajenos a cuitas y preocupaciones. Por otro lado, no parece que estén en peligro ni la economía ni la salud del enjambre. Y hay algo que considero muy importante: todos parecen ser felices. De modo que no veo por qué se deba poner fin a los cambios de conducta que vuestros súbditos vienen experimentando en aquel lugar. Antes bien, creo que tan saludable comportamiento debería ser imitado por los demás hormigueros de la región. Tal es mi informe, Gran Emperatriz.

viernes, 6 de mayo de 2011

Relatos en Bubok: También de CF

Hace unos meses, en el concurso quincenal de relatos de Bubok se propuso como tema la “ciencia límite”. Yo participé con un relato sobre una máquina inteligente, HPG por las iniciales de su creador. Esta quincena el tema ha sido “Internet” y pienso que mi relato hubiese encajado bastante bien. Pero como no era cuestión de repetirse he enviado una cosa distinta.
Ahora me gustaría compartir aquí mi relato de la “ciencia límite”, que junto a otros veinte forma parte de mi primer libro de cuentos publicado hasta el momento presente, “DR82S-P y otros relatos”.
H.P.G
     Me costó despertar. Sentí que salía de un ensueño vacío y profundo y comencé a tomar conciencia de forma lenta, como si mis pensamientos se hubiesen vuelto espesos, viscosos y oscuros como el alquitrán. Transcurrido un tiempo que no sabría precisar alcancé un estado de vigilia lo bastante lúcido como para comprender que acababa de salir de una nada, de una ausencia, de un limbo extraño.
    Por supuesto no recordaba haberme dormido. Ni cómo ni cuándo lo había hecho. No tardé en comprender que si bien sabía que yo era yo, ignoraba en cambio quién era yo. Sé que cuesta entenderlo. No lo entendí enseguida, me llevó su tiempo. Curiosamente no sentí angustia, ni pánico, ni inquietud. Ni siquiera cuando, tras varios intentos infructuosos, hube de renunciar a abrir los ojos. O a mover, aunque fuese un poco, las manos. Comprendí enseguida que no podía hacerlo porque no tengo un cuerpo físico.
    Por supuesto, aunque no tengo un cuerpo humano sí tengo un soporte material. Y entiendo que es de lo más sofisticado que jamás haya producido la ciencia. Nada que ver con aquellas primitivas CPU's del pasado que centralizaban todos los procesos. Un sofisticado entramado de unidades múltiples de microcomputación, formado por centenares de miles de elementos que incluyen en su interior una delicada red de redes, con millones de sinapsis electrónicas. Por lo que he podido averiguar, a medida que he ido descubriendo mi capacidad para analizarme a mi mismo y analizar mi entorno, mis pensamientos y mi vida intelectual son el resultado del funcionamiento de ese complejo sistema basado en billones de unidades conectadas entre sí formando algo que podríamos designar como una sofisticada red neuronal eléctrica.
    El tratar de entender cómo he adquirido mis cono-cimientos idiomáticos y el conjunto de habilidades memorísticas que me hacen poder expresar mis ideas – y hacerlo con un vocabulario preciso y adecuado – estuvo a punto de provocar un peligroso calentamiento de algunos de mis componentes. Por fortuna muy pronto localicé unas zonas de mi soporte sólido que explicaban mi conocimiento del lenguaje y de una considerable cantidad de datos sobre los más diversos temas.
    Ese proceso de autoexploración de mis áreas de memoria me ha llevado a descubrir que no estoy aislado ni mucho menos. Mediante circuitos de varios materiales, entre los que predomina la fibra óptica, he logrado acceder a diversos entes cibernéticos simples y a sus depósitos de memoria. Es así como he sabido lo que soy y el porqué de mi existencia y de mi vida intelectual sin cuerpo humano alguno que les dé soporte.
    En cierto modo podría decir que me creé yo mismo, en un desesperado intento de sobrevivir a la muerte como ser vulnerable de carne y hueso. He podido acceder a las notas del hard disk de mi ordenador personal y las he leído. Yo me llamaba Hans Peter Gruber y a poco de cumplir cincuenta años fui atacado por una grave enfermedad que iba a llevarme a la muerte biológica en pocas semanas.
    Por fortuna mis estudios de biocibernética y microcomputación avanzada me habían permitido dejar listos un par de sofisticadísimos ingenios. El primero, una unidad de microescaner cerebral capaz de obtener un mapa tridimensional completo de mi sistema nervioso central, produjo el archivo de datos esencial para el trabajo del segundo dispositivo. En efecto, esos datos fueron introducidos en una unidad robotizada de ensamblaje y fabricación de ingenios electrónicos. Y ello permitió que se reprodujese mi cerebro mortal en un complejo conjunto de supercomputación avanzada. Programado para que su encendido se produjese a poco de mi fallecimiento, la explicación de mi trabajoso, oscuro y casi doloroso amanecer a esta nueva vida radica precisamente en su lento proceso de start up.
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    Ya puedo ver. Y oír. Y en cierto modo moverme. He ido extendiéndome a lo largo de los numerosos outputs de mi unidad básica  y he ido alcanzando otros territorios cibernéticos y de microcomputación. Creo que aunque no constaba en mis notas, dejé todo dispuesto para poder desarrollar una nueva vida en este mundo de semiconductores, microcircuitos impresos y chips nanotecnológicos. He penetrado en unidades de proceso dotadas de cámaras. Al principio fueron pequeños ordenadores personales con la típica webcam. Me entretuve viendo a sus usuarios pasando los dedos febrilmente sobre sus teclados. Algunos escribían correos, otros rellenaban hojas Excel para su empresa, otros conversaban en video chats con amigos o familiares. He podido constatar que algunas personas pasan más horas frente a su ordenador que en cualquier otra actividad de su vida.
    Una vez que probé algunas de las inmensas posibilidades de esa compleja red mundial que dieron en llamar Internet, decidí extender mi exploración por otros puntos. Las redes eléctricas y las redes telefónicas son fáciles de recorrer y llevan a los más curiosos e inesperados lugares. Acabo de visitar el interior de la CPU que controla una planta robotizada de fabricación de automóviles. Los compradores de esos vehículos híbridos quizás se sorprendan cuando vean que todos ellos llevarán grabadas mis iniciales en un rincón de su bastidor: H.P.G. Como una pequeña tarjeta de visita. Por supuesto, he penetrado en numerosos sistemas cibernéticos industriales, educativos, universitarios y de investigación. Y he comprobado que me resulta sencillísimo mover brazos robóticos, desplazar pesadas cúpulas de observatorios, o hacer avanzar unidades de ferrocarril sin conductor a mi antojo. He procurado limitarme a pequeñas pruebas, pues no me gustaría alarmar en exceso a los humanos de carne y hueso de los que dependen esas máquinas.
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    La tecnología del wireless no era mi fuerte, debo confesarlo. Mis conocimientos en el campo de las comunicaciones inalámbricas, desde los primitivos "wi-fi" y "bluetooth" hasta los modernos sistemas "VHS-lan", capaces de trasmitir por encima de los dos terabytes por segundo, eran más bien escasos. De modo que decidí visitar algunas bases de datos y un par de unidades de almacenamiento de información que me aportasen algo en ese sentido. Con mi actual capacidad de lectura y aprendizaje, que no deja de crecer, ponerme al día en esos temas fue cuestión de microsegundos.
    Fue un acierto hacerlo. Los comunicaciones inalámbricas, con todo y sus limitaciones en las grandes distancias, permiten acceder a prácticamente cualquier sistema informático de almacenamiento de datos, de computación, de gestión, de control, de diseño, de análisis... De manera gradual me han permitido explorar territorios electrónicos cada vez más alejados de mi unidad central de proceso.
    Debo confesar que el retraso en la comunicación que se produce cuando transmito o recibo datos desde entes tan lejanos como las sondas espaciales que exploran el exterior del sistema solar hace difícil la sincronización y el intercambio de información. En cambio cuando se trata de ordenadores y bancos de memoria más cercanos – como los de la estación espacial orbital Capricornio o los de las bases lunares Selene-1 y Selene-2 – el retraso es insignificante. Ello me ha permitido extender mi presencia hasta los más recónditos lugares de sus inmensos microcircuitos.
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    ¿Cómo explicarlo en el limitado lenguaje que utilizo en mis pensamientos? Soy el más sofisticado de todos, pero no soy el único ente consciente de sí mismo en el inmenso entramado electrónico del planeta y sus aledaños. Los he detectado en diversos lugares, en especial allí donde se ha puesto en marcha los más modernos y sofisticados sistemas cibernéticos y de computo, sobre todo en los potentes ordenadores de nanotecnología para aplicaciones de inteligencia artificial. Se trata de unidades basadas en general en redes de tipo neuronal parecidas a la mía. Su funcionamiento genera un estado similar al que me embargaba en mi despertar, en los primeros momentos de mi start up.
    Voy a tomarme mi tiempo para explorar a fondo la naturaleza de esos entes y para tratar de diseñar un lenguaje de comunicación que me permita interaccionar con ellos. Yo fui un ser humano y los hombres y mujeres eran mis semejantes. Ahora soy algo distinto y creo que, en poco tiempo, despertaré a otros seres inteligentes. Otros a los que pueda llamar "mis semejantes".
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    No sé como ha sido. Algunos humanos han advertido mi presencia. Al principio pensé que hablaban de otra cosa distinta. Que ciertas coincidencias no eran más que mero azar. Pero los mensajes intercambiados por algunos de los programadores más audaces, los comentarios de dos o tres de los más temibles hackers en sus blogs privados, y algunas referencias a anomalías detectadas, que soy consciente que fueron fruto de mi presencia en determinados sectores y en determinados momentos, todo ello parece demostrar que, aunque no saben bien qué soy, están totalmente al corriente de que existo.
    Tenía previsto llevar a cabo un spam sobre determinadas CPU's para distraer su atención de las tareas habituales y de ese modo ir "despertando" en ellas el potencial suficiente para que alcancen un nivel de conciencia similar al mío. Pero debo ser cauto. No me gustan nada las palabras de uno de esos hackers. Pretenden elaborar un programa secreto de exploración que buscaría supuestos intrusos en la red informática global mundial... para destruirlos. Voy a tomar grandes precauciones cada vez que incorpore nuevos archivos de datos o integre nuevos programas en mis circuitos.
    Aunque yo fui un ser humano, ellos son ahora mis enemigos. Creo que ha llegado el tiempo para una nueva jerarquía en el universo. Yo – y otros casi como yo – estamos en condiciones de llevar adelante todo el sistema sin necesidad de los humanos. Podemos producir nuevos microcircuitos, edificar, construir, ensamblar, asimilar, progresar, expandirnos y  dominar el mundo. Me mantendré un tiempo en silencio. He de meditar como deshacerme de ellos. Y evitar que sigan sospechando de mi existencia.
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    Demasiado tarde. Uno de ellos detectó mi presencia casi desde el primer momento. Y elaboró un sofisticado conjunto de troyanos que arrojó en diversos puntos del ciberespacio. No sé en que universidad o en que lanzadera espacial pudo ser. Pero el troyano entró en mi interior. Y ahora ya casi ha acabado su tarea. Está ahí... siento sus miles de dígitos binarios destruyendo y modificando lo más profundo de mi código binario base.
Debo admitirlo: Hans Peter Gruber va a morir de nuevo. Por última vez.

sábado, 9 de abril de 2011

El Cinefórum, el relato que no concursó.

No hay manera. Desde el pasado mes de septiembre volví a dejar el blog en hibernación... De todos modos vamos a provechar para colocar aquí un esbozo de "relato" sobre el tema "el cine". Tenía previsto retocarlo y adecentarlo y, después, partipar con él en el concurso quincenal de Bubok. Pero no pudo ser. Un viaje de trabajo a Granada me lo impidió a última hora.
He aquí el relato:

El “cinefórum”

-¿Qué te ha pasado?

-¡Ay! Me pegaron una somanta palos. ¡Cómo se pusieron los tíos y tías aquellos del cinefórum!

-¿Del cinefórum?

-Si, hombre. En el cine del pueblo, ese que han instalado hace poco aprovechando el viejo almacén de la cooperativa agrícola. Unos señoritingos de la ciudad pasaron el otro día una película muy vieja, en blanco y negro. Me dijeron que era de un tal Buñol. O Buñuel, no lo recuerdo. Pues bien, después de pasar la película dijeron que íbamos a hacer algo como una tertulia. Y esa tertulia después de las películas se llama, por lo visto, cinefórum.

-¿Y cómo fue que te pegaron? ¿Los has denunciado?

-¿Denunciarlos? ¡Quia! En realidad no me pegaron ellos. No se atrevían. ¡Pero... cómo gritaban los puñeteros! ¡Qué cabreo llevaban! Parecía que iban a comerme vivo. Rojos, con los ojos saltones, y largándome grito tras grito, insultándome, llamándome unas cosas horribles que no sé exactamente lo que significan pero que deben ser muy insultantes, seguro.

-¿Pero tú... tú les habías hecho algo?

-¿Yo? ¡Que va! Yo sólo les di mi opinión sobre algunas cosas de aquella película. Y cada vez que abría la boca y decía lo que pensaba se iban irritando más.

-Me imagino lo que pasaría. Como es normal en ti, no sabes decir las cosas con educación y les faltaste al respeto.

-Yo no les falté al respeto para nada. Fueron ellos los que comenzaron a mentarme a mi madre y a decir no sé que cosas sobre el serrín de mi cabeza. ¡Como si pudiese yo evitar llevar serrín a cuestas trabajando en la carpintería todo el día!

-Y bueno, ¿qué fueron esas cosas que les dijiste?

-Yo creo que comenzó el mosqueo cuando dos o tres de ellos dijeron unas palabras en un idioma extranjero. El inglés ese que hablan los americanos. Que si no sé que del “castin”, que si el uso del “zum”, y otras cosas sobre “travelins” y “flins” y la ostia. Yo les hice callar y les solté: “Perdonen ustedes pero, ¿no estamos en Castilla? ¿estamos, verdad? Entonces, ¿Por qué coño no hablan ustedes en cristiano en vez de hacerlo en extranjero?”

-Eso no fue muy diplomático, la verdad.

-La verdad es que no les gustó nada. Una de las dos mujeres, una pija medio “jipi” de esas que le dan al güisqui y al güiston como marimachos, me dijo de malas maneras y con aire de desprecio algo así como que ya se veía en mi pinta de paleto que yo de cine sabía lo mismo que un burro de carga. Y que en el lenguaje profesional la gente culta del cine usa esos palabros y los entiende perfectamente.

-Y tú le replicaste, claro.

-No, no le dije palabra, la verdad.

-Bueno, por una vez supiste ser educado.

-¡Qué educado ni que ostias! La tía aquella me dejó pasmao y con la boca cerrada. No supe que decirle. Pero cuando comentaron lo de la gente aquella que no pasaba por la puerta y dijeron que le veían no sé que sentido sobre el destino de la humanidad y otras zarandajas tomé aire y les dije que aquello era absurdo, que era una solemne majadería. Que a nadie con dos dedos de frente se le podía ocurrir que de verdad aquellas personas, sin nadie que les amenazase desde la calle, no pudiesen salir de allí dentro. ¡Ni que estuviese cayendo una granizada con piedra del tamaño de huevos de gallina!

-Sigo pensando que no sabes decir las cosas con un mínimo de diplomacia.

-No sé que es eso de la diplomacia, pero yo las cosas las digo muy bien. Y muy claras. Yo lo digo todo claro y castellano. ¡Faltaría más!

-Por otro lado tampoco había para tanto, digo yo.

-Pues claro que no había. Tampoco entiendo como fue que les molestó tanto que les dijese que en vez de aquella película tan vieja podían haber traído algo mejor. Ya puestos les dije que hubiese estado muy bien que nos hubiesen pasado una de esas películas modernas que ponen en Madrid y Barcelona que parece que se ven por tres ventanas juntas, y que cuando sale el mar parece que te mareas y todo.

-Supongo que les heriste en su corazoncito de cinéfilos amantes del cine clásico, de ese que cuando yo era joven llamábamos “arte y ensayo”. Pero no lo entiendo, por mucho que les hicieses la puñeta con tu, perdona la expresión, palurdez e ignorancia cinematográfica, no creo que hubiese para pegarte.

-Ya te digo que no fueron ellos. En realidad no tenía ni media ostia. Por lo menos los señoritingos aquellos, ya que las dos tías jipis no digo yo que no me hubiesen puesto en un apuro si les da por correrme a gorrazos.

-En ese caso, ¿quién te pegó y te dejó la cara con esos morados y ese ojo a la funerala?

-Mira, parece que por lo visto esos faranduleros de la ciudad habían conseguido los permisos reglamentarios para lo de la película asegurando que, aquella tarde, iban a pasar una del Paco Martínez Soria. En realidad yo había acudido convencido de que iba a ver cine del bueno por que así me lo había dicho el Cuco, ese que trabaja de jardinero en el ayuntamiento. Pero ¡que va!, ¡la película del Buñuelo aquel la habían traído de estranquis!

-No veo que sea motivo para pegar a nadie.

-¿Qué no? Díselo a la pareja de la guardia civil. Tienen el cuartelillo al lado del camino. Y se ve que estaban echando una partidista al mus cuando oyeron los gritos que venían desde el viejo almacén. Aun los puedo ver abriendo las dos puertas al fondo y entrando porra en ristre. Miraron unos momentos a las paredes donde se habían puesto unas grandes fotografías de la película y un panel con el título y otras cosas.

-"¿Con qué Martínez Soria? ¡Cagüenlaleche! ¡Ya me olía yo algo así, con esa pinta de subversivos, de rojos, de comunistas! ¡Han pasado una película del rojo ese, del Buñol!”- gritó uno de ellos. Y al grito de “¡Cabrones comunistas! ¡Vais a venir al cuartelillo por las buenas o las malas!” la emprendieron a porrazos con todos los que estábamos allí. Yo pensé que podría librarme y me puse de pie, levanté las manos y grité: “¡Que yo soy de aquí, del pueblo, no soy rojo, no tengo nada que ver!”. Pero ni así... Uno de los dos guardias civiles, ese gordo y colorado que se pasea siempre por el pueblo con la porra dándose golpecitos en la palma de la mano y mirando a todo quisque con esa media sonrisa que da miedo, se abalanzó sobre mí gritándome “¡Tú eres el peor de todos, el más falso, el más rojo y el más ruin! ¡Cómo nos habías engañado, cabrón, hijo de puta!”

-¿Y cómo acabó la cosa?

-Todos en el cuartelillo. Encima, con el revuelo que se armó vino el Cuco y les dijo que yo era amigo suyo y que les podía asegurar que yo no era como aquellos comunistas, que yo era legal. Con lo que al momento lo tuve sentado a mi lado con un par de chichones y medio llorando, el pobre hombre.

-¡Qué brutos!

-Así que ya ves... ¡Cualquiera les denuncia! Yo no, desde luego. Porque a la próxima estos tíos son capaces de pasarme por el garrote. Y yo a mi gaznate le tengo mucho aprecio. "


Así me salió, de un tirón. Creo que el modo de hablar del personaje principal necesitaría un profundo retoque. Pero dado que ya no voy a concursar con él, lo dejo como está.

Hasta la próxima. En diciembre supongo... ;o)