sábado, 9 de abril de 2011

El Cinefórum, el relato que no concursó.

No hay manera. Desde el pasado mes de septiembre volví a dejar el blog en hibernación... De todos modos vamos a provechar para colocar aquí un esbozo de "relato" sobre el tema "el cine". Tenía previsto retocarlo y adecentarlo y, después, partipar con él en el concurso quincenal de Bubok. Pero no pudo ser. Un viaje de trabajo a Granada me lo impidió a última hora.
He aquí el relato:

El “cinefórum”

-¿Qué te ha pasado?

-¡Ay! Me pegaron una somanta palos. ¡Cómo se pusieron los tíos y tías aquellos del cinefórum!

-¿Del cinefórum?

-Si, hombre. En el cine del pueblo, ese que han instalado hace poco aprovechando el viejo almacén de la cooperativa agrícola. Unos señoritingos de la ciudad pasaron el otro día una película muy vieja, en blanco y negro. Me dijeron que era de un tal Buñol. O Buñuel, no lo recuerdo. Pues bien, después de pasar la película dijeron que íbamos a hacer algo como una tertulia. Y esa tertulia después de las películas se llama, por lo visto, cinefórum.

-¿Y cómo fue que te pegaron? ¿Los has denunciado?

-¿Denunciarlos? ¡Quia! En realidad no me pegaron ellos. No se atrevían. ¡Pero... cómo gritaban los puñeteros! ¡Qué cabreo llevaban! Parecía que iban a comerme vivo. Rojos, con los ojos saltones, y largándome grito tras grito, insultándome, llamándome unas cosas horribles que no sé exactamente lo que significan pero que deben ser muy insultantes, seguro.

-¿Pero tú... tú les habías hecho algo?

-¿Yo? ¡Que va! Yo sólo les di mi opinión sobre algunas cosas de aquella película. Y cada vez que abría la boca y decía lo que pensaba se iban irritando más.

-Me imagino lo que pasaría. Como es normal en ti, no sabes decir las cosas con educación y les faltaste al respeto.

-Yo no les falté al respeto para nada. Fueron ellos los que comenzaron a mentarme a mi madre y a decir no sé que cosas sobre el serrín de mi cabeza. ¡Como si pudiese yo evitar llevar serrín a cuestas trabajando en la carpintería todo el día!

-Y bueno, ¿qué fueron esas cosas que les dijiste?

-Yo creo que comenzó el mosqueo cuando dos o tres de ellos dijeron unas palabras en un idioma extranjero. El inglés ese que hablan los americanos. Que si no sé que del “castin”, que si el uso del “zum”, y otras cosas sobre “travelins” y “flins” y la ostia. Yo les hice callar y les solté: “Perdonen ustedes pero, ¿no estamos en Castilla? ¿estamos, verdad? Entonces, ¿Por qué coño no hablan ustedes en cristiano en vez de hacerlo en extranjero?”

-Eso no fue muy diplomático, la verdad.

-La verdad es que no les gustó nada. Una de las dos mujeres, una pija medio “jipi” de esas que le dan al güisqui y al güiston como marimachos, me dijo de malas maneras y con aire de desprecio algo así como que ya se veía en mi pinta de paleto que yo de cine sabía lo mismo que un burro de carga. Y que en el lenguaje profesional la gente culta del cine usa esos palabros y los entiende perfectamente.

-Y tú le replicaste, claro.

-No, no le dije palabra, la verdad.

-Bueno, por una vez supiste ser educado.

-¡Qué educado ni que ostias! La tía aquella me dejó pasmao y con la boca cerrada. No supe que decirle. Pero cuando comentaron lo de la gente aquella que no pasaba por la puerta y dijeron que le veían no sé que sentido sobre el destino de la humanidad y otras zarandajas tomé aire y les dije que aquello era absurdo, que era una solemne majadería. Que a nadie con dos dedos de frente se le podía ocurrir que de verdad aquellas personas, sin nadie que les amenazase desde la calle, no pudiesen salir de allí dentro. ¡Ni que estuviese cayendo una granizada con piedra del tamaño de huevos de gallina!

-Sigo pensando que no sabes decir las cosas con un mínimo de diplomacia.

-No sé que es eso de la diplomacia, pero yo las cosas las digo muy bien. Y muy claras. Yo lo digo todo claro y castellano. ¡Faltaría más!

-Por otro lado tampoco había para tanto, digo yo.

-Pues claro que no había. Tampoco entiendo como fue que les molestó tanto que les dijese que en vez de aquella película tan vieja podían haber traído algo mejor. Ya puestos les dije que hubiese estado muy bien que nos hubiesen pasado una de esas películas modernas que ponen en Madrid y Barcelona que parece que se ven por tres ventanas juntas, y que cuando sale el mar parece que te mareas y todo.

-Supongo que les heriste en su corazoncito de cinéfilos amantes del cine clásico, de ese que cuando yo era joven llamábamos “arte y ensayo”. Pero no lo entiendo, por mucho que les hicieses la puñeta con tu, perdona la expresión, palurdez e ignorancia cinematográfica, no creo que hubiese para pegarte.

-Ya te digo que no fueron ellos. En realidad no tenía ni media ostia. Por lo menos los señoritingos aquellos, ya que las dos tías jipis no digo yo que no me hubiesen puesto en un apuro si les da por correrme a gorrazos.

-En ese caso, ¿quién te pegó y te dejó la cara con esos morados y ese ojo a la funerala?

-Mira, parece que por lo visto esos faranduleros de la ciudad habían conseguido los permisos reglamentarios para lo de la película asegurando que, aquella tarde, iban a pasar una del Paco Martínez Soria. En realidad yo había acudido convencido de que iba a ver cine del bueno por que así me lo había dicho el Cuco, ese que trabaja de jardinero en el ayuntamiento. Pero ¡que va!, ¡la película del Buñuelo aquel la habían traído de estranquis!

-No veo que sea motivo para pegar a nadie.

-¿Qué no? Díselo a la pareja de la guardia civil. Tienen el cuartelillo al lado del camino. Y se ve que estaban echando una partidista al mus cuando oyeron los gritos que venían desde el viejo almacén. Aun los puedo ver abriendo las dos puertas al fondo y entrando porra en ristre. Miraron unos momentos a las paredes donde se habían puesto unas grandes fotografías de la película y un panel con el título y otras cosas.

-"¿Con qué Martínez Soria? ¡Cagüenlaleche! ¡Ya me olía yo algo así, con esa pinta de subversivos, de rojos, de comunistas! ¡Han pasado una película del rojo ese, del Buñol!”- gritó uno de ellos. Y al grito de “¡Cabrones comunistas! ¡Vais a venir al cuartelillo por las buenas o las malas!” la emprendieron a porrazos con todos los que estábamos allí. Yo pensé que podría librarme y me puse de pie, levanté las manos y grité: “¡Que yo soy de aquí, del pueblo, no soy rojo, no tengo nada que ver!”. Pero ni así... Uno de los dos guardias civiles, ese gordo y colorado que se pasea siempre por el pueblo con la porra dándose golpecitos en la palma de la mano y mirando a todo quisque con esa media sonrisa que da miedo, se abalanzó sobre mí gritándome “¡Tú eres el peor de todos, el más falso, el más rojo y el más ruin! ¡Cómo nos habías engañado, cabrón, hijo de puta!”

-¿Y cómo acabó la cosa?

-Todos en el cuartelillo. Encima, con el revuelo que se armó vino el Cuco y les dijo que yo era amigo suyo y que les podía asegurar que yo no era como aquellos comunistas, que yo era legal. Con lo que al momento lo tuve sentado a mi lado con un par de chichones y medio llorando, el pobre hombre.

-¡Qué brutos!

-Así que ya ves... ¡Cualquiera les denuncia! Yo no, desde luego. Porque a la próxima estos tíos son capaces de pasarme por el garrote. Y yo a mi gaznate le tengo mucho aprecio. "


Así me salió, de un tirón. Creo que el modo de hablar del personaje principal necesitaría un profundo retoque. Pero dado que ya no voy a concursar con él, lo dejo como está.

Hasta la próxima. En diciembre supongo... ;o)