En la última edición
del concurso de relatos se propuso como tema el de los viajes en el tiempo. Mi
relato, que quedó segundo en esta ocasión, parece ir de los viajes por el
continuo-espacio tiempo que podrían ser posibles para una civilización muy
avanzada. Pero no. El viaje simbólico o figurado se da cuando una casualidad
lleva unos extraterrestres, en pleno siglo XX, a visitar el paleolítico superior.
Este es mi relato, que lleva el sencillo nombre de UFO (Unidentified Flying
Object) por la nave que nos visita tras viajar por el espacio y el tiempo.
UFO
—El sistema analiza el
universo como un continuo espacio-tiempo. De ese modo puede detectar la
presencia de anomalías pasadas, presentes y futuras. Si en algún remoto planeta
surge una cultura o una civilización, analizamos su evolución. Cuando sus
progresos intelectuales van parejos a sus actitudes morales la dejamos
progresar. Pero si observamos que su tecnología y su ciencia se aplican con
fines destructivos, que sus avances les hacen muy poderosos como potenciales
enemigos, enviamos una cápsula de antimateria hacia sus coordenadas
temporo-espaciales para destruirles por completo.
— ¿Y quiénes somos
nosotros para decidir de ese modo sobre los demás culturas que existen en el
cosmos?
—Majestad, somos los
primeros que hemos alcanzado la tecnología necesaria para constituirnos en
guardianes del universo. Es lógico que aceptemos asumir ese papel, por el bien
de la más antigua y más avanzada de las civilizaciones del cosmos, la nuestra.
—No puedo dejar de pensar
que estamos interfiriendo en los asuntos divinos...
—Cuando se lanzó a la
nada la minúscula partícula de peso infinito que originó el Big Bang se puso en
marcha un plan inmenso. Dentro de ese plan estaba la aparición, a lo largo de
miles de millones de años, de formas de vida inteligentes. Era de prever que
alguna de esas formas alcanzaría tal elevado estado de desarrollo que lograría
los medios para el estudio global del tiempo y del espacio. Todo lo que ha
ocurrido hasta el apogeo de nuestra cultura entraba en los planes de Dios.
Si nos ha dado este poder y estas posibilidades, es lógico que las
utilicemos para preservar algo que es, en definitiva, obra suya.
—Creo que la Cámara de Representantes
debería ser informada de lo que está haciendo. No prosiga con su plan
hasta la próxima reunión del Senado Imperial.
—En ese caso daré la
orden de detener el programa de “limpieza cósmica” hasta nuevo aviso...
—Gracias, puede
retirarse. Que tenga un buen día, coronel.
El
Coronel Wong, jefe del Departamento de Defensa Global de la Confederación Galáctica
de Orión, se sentó ante el monitor de su terminal. Introdujo su clave y elaboró
una sencilla consulta sobre el continuo espacio-tiempo. Quería saber de
antemano el resultado de la futura reunión. Obtuvo el informe en pocos minutos.
El Senado aprobaría su programa. Pero impondría una condición. Antes de enviar
ninguna cápsula de antimateria una comisión visitaría el sistema planetario
para evaluar la certeza sobre el riesgo tecnológico o bélico de la civilización
potencialmente exterminable.
Pocos
días más tarde partía la primera expedición evaluadora. Se dirigían a un lejano
planeta, situado en la zona exterior de una pequeña galaxia en espiral. En ese
planeta un pueblo había progresado de forma considerable, de acuerdo con los
datos ofrecidos por el sistema de análisis. Dotados de conocimientos
científicos considerables, de un notable dominio matemático y de un lenguaje
propio que les permitía, por ejemplo, denominar a su galaxia como “La vía
Láctea”, sus habitantes eran capaces de contar el tiempo basándose en los
ciclos de rotación de su planeta alrededor de una pequeña estrella a la que
llamaban Sol. Hacia el tiempo designado allí como el vigésimo siglo
descubrieron el poder de la fusión nuclear. Aunque ridículos comparados con las
cápsulas de antimateria desarrollaron unos ingenios explosivos de gran potencia
e hicieron numerosos ensayos con ellos. Pero, y eso era una clara señal de
peligro, los utilizaron en un breve espacio de tiempo sobre dos ciudades, con
efectos devastadores. Los informes eran muy claros: los habitantes de aquel
lejano planeta conocían el modo de elaborar armas de destrucción masiva de
considerable potencia. Y si bien era cierto que su incomprensible actitud de constante
trifulca interna les hacia por el momento enemigos poco dignos de
consideración, cabía la posibilidad de que algún día lograsen ponerse de
acuerdo y dirigir hacia el exterior su agresividad. Y al ritmo que progresaban
sus conocimientos tecnológicos podrían con el tiempo disponer de naves para
viajar por el universo. ¿Cómo actuarían entonces al descubrir otros mundos
habitados dotados de abundantes recursos naturales y riquezas?
El
viaje por el exterior del continuo espacio-tiempo era sencillo y rápido. Pero
cuando se visitaba por vez primera un nuevo lugar del universo no era fácil
precisar las coordenadas exactas del punto de llegada. Por ello, y por la
existencia en aquel planeta de una densa atmósfera que podría suponer un riesgo
a altas velocidades decidieron regresar al continuo a baja velocidad y ya cerca
de la superficie.
—¡Mire, capitán! ¡Esta
cubierto de agua!
—Es cierto. Todo lo que
se ve hasta la lejanía es un inmenso mar.
—El sistema de navegación
detecta la existencia de una costa. Nos dirigimos a ella.
—¿Qué datos nos da el
sistema?
—Se trata de un amplio
territorio montañoso, cubierto de abundante vegetación en forma de bosques de
frondosos árboles. El terreno se eleva hacia el interior y a través de un largo
valle discurre una corriente de agua, que llega hasta la costa.
—Ya lo tenemos a la
vista. Tripulación, prepárense para tomar tierra. Buscaremos algún claro en
medio de esa inmensa selva.
El
capitán de la nave escuchaba incrédulo las noticias de los tres comandos que
había desplegado para estudiar a los posibles habitantes de aquel curioso
planeta. Todos venían a decir lo mismo. Existían varios núcleos habitados
formando una comunidad en el valle superior del río. Otros poblados ocupaban la
zona próxima al mar. Estos eran predominantemente pescadores, mientras que los
que vivían en el altiplano eran sobre todo agricultores y cazadores. Tenían
muchos puntos en común. En cada aldea existía un jefe o reyezuelo, y cada
comunidad era gobernada por una especie de Pequeño Emperador que habitaba en la
mayor de las aldeas. Además, en todas las tribus había por lo menos uno o dos
individuos a los que los demás respetaban y veneraban, a los que llamaban “sabios”
o “chamanes”.
—Hemos explorado a fondo
un ancho valle, de unos ochenta kilómetros de largo, por cuyo centro corre un
caudaloso río al que llaman Waghi. Las tribus que lo habitan se hacen llamar el
pueblo Kuma, hablan todas el mismo idioma y tienen una cultura primitiva común.
Precisamente en estos días están celebrando unas curiosas fiestas y en todas
las aldeas siguen el mismo rito. Durante las noches se unen alrededor de una
gran fogata y tras beber un brebaje que preparan según las instrucciones de
aquellos a los que llaman “sabios”, danzan como locos al son de la música de
primitivos instrumentos.
— ¡Qué curioso! Pero, ¿os
han parecido peligrosos?
—
¿Peligrosos? En absoluto. No conocen la existencia ni el uso de los metales. Para
sus armas, lanzas, arcos y flechas, utilizan sólo piedras y materias vegetales.
Son una gente pacífica con un curioso conjunto de creencias animísticas. Creo
que nos han tomado por dioses. Para que nos puedan recordar como tales les
hemos obsequiado con una vieja palanca de maniobra de la nave.
El
Emperador se puso en pie. Los representantes de la Confederación Galáctica
esperaban en silencio. Algunos sonreían y se miraban entre sí. Era cosa sabida
que el Coronel Wong y sus proyectos de “limpieza” no eran bien vistos
por la mayoría de los senadores, y las noticias traídas por la misión parecían
dejarle en entredicho.
—Estoy seguro de que se
cometió un error en la programación del viaje por el hiperespacio. Las
coordenadas de espacio tiempo que les ofrecí debían llevarles al que ellos
llaman su vigésimo siglo. Alguien debió manipularlas y les visitaron miles de
años atrás.
—Eso está descartado. Lo
hemos verificado cuidadosamente.
— ¡Es imposible! En esa
entidad temporal los habitantes de ese planeta poseen armas de destrucción
masiva y constituyen un potencial peligro para la Confederación.
— ¿Llama usted armas de
destrucción masiva a las lanzas y las flechas con puntas de piedra?
—No. Me refiero a
ingenios basado en la fusión nuclear.
— ¡Esos seres primitivos,
esos pueblos ágrafos dominando la energía atómica!
El
Emperador río y la mayoría de los senadores le hicieron coro. El coronel
enrojeció y permaneció callado.
—Mire, Coronel.
Desmantele todo ese proyecto suyo de “Limpieza Galáctica”. Queda
definitivamente suspendido. Y guarde sus cápsulas de antimateria por si un día
nos ataca un enemigo de verdad.
Notas del diario de la
antropóloga australiana Mary Ray, durante sus estudio de campo de las tribus
Kuma, en Papua Nueva Guinea, en los años cincuenta del siglo XX:
16 de mayo : Hoy hemos visto algo
que rompe todos los esquemas que teníamos sobre este pueblo. Hasta ahora lo
considerábamos como una reliquia viviente del paleolítico superior. Pero tal
vez debamos reconsiderar esta opinión. Para presenciar en vivo sus ceremonias
he visitado la mayor de las tribus Kuma, situada al pie del Mount Hagen. Su
gran jefe, Komuu-Nda me ha recibido y llevaba en la mano un curioso cetro…
¡metálico!. Pero lo más extraño es que ese cetro puede desmontarse y en su
interior se ven innumerables módulos interconectados como en algo parecido a un
sofisticado mecanismo eléctrico.
18 de mayo : Ha quedado aclarado el
misterio del cetro de Komuu-Nda, pero nos hallamos ahora frente a un misterio
todavía mayor y de mayor alcance. El buen hombre me ha relatado que el cetro es
un regalo de los Dioses, que llegaron un buen día desde el cielo en un navío
volador que flotaba en fuego y rugía como un trueno. Está claro que me habla de
la antigua visita de unos seres extraterrestres.
20 de mayo : Parece increíble. Los Kuma se ofrecieron a llevarme al lugar donde
se produjo la visita de los dioses. Les seguí a una meseta apenas cubierta por
matorrales y allí vi perfectamente delimitada en la hierba la huella de una
gran nave de forma elipsoidal. Pero por los restos quemados y el calor que
todavía surge del suelo en algún punto es evidente que esa visita tuvo lugar
hace poco tiempo. Tal vez unas semanas. ¡Lástima no haber estado aquí en
aquellos momentos! Habría ofrecido a los visitantes una idea más exacta de
nuestra cultura y nuestra civilización que la que sin duda se llevaron.
En este relato no
hay setas, es cierto. Pero podía haberlas. De hecho en el borrador inicial
llegué a mencionarlas pero desaparecieron al tener que limitar la longitud del
texto a 1700 palabras, de acuerdo con las bases del concurso de Bubok. Porque
tanto los Kuma, como el valle y el río Waghi, y el Mount Hagen existen
realmente. Es más, existió también una antropóloga australiana que les visito
en los años cincuenta del siglo XX que se llamaba Mary Ray. Cuando visitó
aquellas tribus lo hizo porque un Misionero, el padre Gitlov, había mencionado
que entre aquellas tribus se celebraban una vez al año unos curiosos ritos en
los que una noche se bebían un brebaje en el que incluían determinados hongos
(los hongos Nonda) y ello les desencadenaba una especie de "Locura",
la "Locura comediante" de los Kuma.
Mucho tiempo ha
pasado desde que escribí mi primer relato de ciencia ficción. Y también desde
que inicié esta segunda época en mi camino como escritor, la del relato breve. Y
observo que la ciencia ficción ha ido apareciendo aquí y allá en varios de mis
relatos. H.P.G. era un típico relato de CF sobre la inteligencia artificial. Algo
parecido podría decirse de Alex, mi cuento sobre el inquietante hijo biónico. También
era CF el relato del viaje de Ewan y Weena al planeta superfeminista. Y el
mismo Proyecto Hematófago, aún dentro del tema de los vampiros, es un relato de
CF. Me pasan por la cabeza algunas ideas. ¿Un futuro libro sobre CF? ¿O un
libro recopilatorio de mis relatos, agrupados por capítulos? Los habría de CF,
de humor, de médicos, de historia y religión… Son proyectos nada más.