miércoles, 20 de julio de 2011

Un pequeño relato a proposito de hongos y hormigas

            En el foro de micólogos conocido como "Micolist" se ha hablado de los hongos cultivados por insectos. Ha sido a partir de una foto del museo de ciencias naturales de Tokyo que muestra el crecimiento del hongo Termitomyces eurrhizus. Todo ello me ha traído a la mente mis recuerdos del libro de Elio Schaechter. En su capítulo 13 (Insects as fungus gardeners) comentó muchas y muy interesantes cosas sobre este interesante aspecto de las relaciones entre los seres vivos. Precisamente basado en las impresiones que me produjo su lectura nació años después este pequeño relato mío, que forma parte de mi primer libro de cuentos que, como mi novela y mi tesis, se pueden encontrar en mi página pública en bubok.

He aquí el relato en cuestión:


La visita del inspector

—Majestad, ha llegado el inspector.

La vieja reina se removió, incómoda, en su lecho de fina arenilla tamizada, cubierta de restos de hojas trituradas.

—Está bien, está bien. Decidle que pase.

        Hacía dos días que había recibido el aviso de la inminente visita del inspector imperial. Desde entonces no había podido dejar de pensar en esa desagradable visita. No le habían dejado claro el motivo de la inspección. Tal vez no fuese una inspección en sentido estricto. Quizás fuese una mera visita de cortesía o, a lo sumo, una sesión informativa.

Pero en su fuero interno temía algo peor. Sabía que las noticias sobre los extraños acontecimientos acaecidos en la colonia acabarían por llegar, pese a sus esfuerzos para ocultarlos, a conocimiento de la reina del mayor y más antiguo hormiguero de la comarca, aquella que ostentaba el cargo de Gran Emperatriz.

Tal vez las cosas no habrían trascendido si se hubiesen limitado al ámbito del hormiguero. La insolente conducta de algunos obreros que habían dejado el trabajo para irse a libar néctar hasta caer amodorrados en medio de cantos estúpidos, no tuvo lugar en las profundidades de las galerías de la colonia. No. Los muy sinvergüenzas habían montado su particular fiesta en el llano, al pie del gran sicómoro. Hormigas de diversas procedencias les habían visto entregarse al néctar, caminar torpemente y, en algún caso, atreverse a plantear contactos y rozamientos a seres tan poco apropiados como las escolopendras.

           Realmente ella no había visto nada de todo aquello. Como reina madre del hormiguero se veía obligada de por vida a permanecer confinada en aquella gran galería subterránea, a varios metros de profundidad, donde era adecuadamente alimentada y donde no cesaba de producir aquellos huevecillos, fundamentales para el mantenimiento de la colonia. Sin embargo, desde hacía algunos días sus emisarios no paraban de traerle las desagradables nuevas. Primero fueron las juergas, más tarde los problemas en las excavaciones. Algunos de los encargados de abrir nuevas galerías, en vez de seguir el método tradicional y seguro de la ojiva, estaban cavando cuevas de abigarradas formas, con techumbres irregulares.

El inspector imperial, una vieja hormiga de elevada estatura y de mirada severa, se plantó ante la reina. Esta esbozó una sonrisa, y le tendió su pequeña extremidad.

—Sed bienvenido, amigo mío... ¿Qué os trae por aquí?
—No finjáis ignorarlo. Lo que está ocurriendo en vuestra colonia es intolerable. He venido para averiguar los motivos. Y para aplicar el adecuado remedio.— Miró a la enorme y voluminosa hormiga reina, frunciendo el entrecejo, y sacó de una bolsa que colgaba de su hirsuto cuello una fina hoja con anotaciones. He aquí una relación de los hechos...

        En los minutos siguientes la superficie frontal de la porción cefálica de la reina fue pasando por una gama de colores que iban del ocre amarillento al rojo obscuro. Lo que sus emisarios le habían hecho saber no era nada, comparado con lo que le fue relatando el inspector, que acabó comentando algo aun más insólito, si cabe, que todo lo demás.

—Para acabar de agravarlo, he podido observar, al llegar hasta aquí, que la parte exterior de vuestro nido, el cono superficial, no es tal cono. Tiene una forma grotesca. Remeda un gigantesco obrero en posición de defecar...
—¡Dios mío! – El color de la faz de la reina viró instantáneamente a un pálido enfermizo.— ¡No es posible!
            —Ya lo creo que lo es. Y convendría que llamaseis de vez en cuando al orden a los obreros encargados de esa estructura. Cuando les he recriminado su obra, en vez de agachar la cabeza y pedir disculpas me han mirado con una sonrisa estúpida y me han dicho: “¿Verdad que mola?”
—¡Qué horror!
—Majestad, voy a proceder a una inspección a fondo. Quiero ver hasta el más recóndito rincón de vuestro hormiguero.
—Desde luego, desde luego. Lo entiendo perfectamente... mis fieles emisarios os ayudarán.

La reina hizo un gesto con sus pequeñas extremidades y de la penumbra surgieron dos hormigas prácticamente idénticas, que se cuadraron con aire marcial frente a ella y el inspector imperial.
           
—Acompañaréis al inspector. Dadle cuantas explicaciones solicite. Ayudadle en todo lo que desee y mostradle cuantos lugares quiera ver, fueran los que fuesen. Y hacedlo no porque lo diga yo, sino por su condición de representante de la autoridad imperial.
—Sí, majestad.

Durante tres largas horas el inspector, guiado por los dos emisarios, fue recorriendo numerosos túneles y visitando innumerables cuevas y galerías. Por donde quiera que  pasasen durante su visita a la gran colonia, era evidente que algo estaba trastornando el comportamiento de aquel enjambre y lo estaba haciendo de forma muy curiosa. Aquí y allá encontraron hormigas que en lugar de estar entregadas al trasiego de alimentos o a la excavación de nuevos espacios, se hallaban recostadas canturreando. Al pasar junto a ellas les miraban con una expresión de placentera tranquilidad, sonriendo de manera casi estúpida. En otros lugares encontraron hormigas que, encargadas de ir almacenando granos y semillas, lo hacían al ritmo de canciones extrañas, pasándoselas de unas a otras como jugando a un juego que, por lo visto, les entusiasmaba y divertía. Donde se estaban excavando nuevas galerías pudieron ver como la mayoría de las hormigas encargadas del proceso lo hacían de manera muy distinta a lo previsto en los planos diseñados previamente por las hormigas ingenieros. Pero éstas eran las primeras en pasar por completo de los planos, y miraban con satisfacción y alegría el avance de aquellas obras que daban a las nuevas cuevas y galerías un aspecto completamente distinto del que era habitual en los hormigueros de la región.

Dicho en pocas palabras, por todas partes los obreros y el resto de las hormigas, con una especial alegría, parecían encontrar notable satisfacción en transgredir las normas de conducta habituales en los hormigueros dignos y en las colonias respetables.

Hacia el final de la inspección llegaron a la zona de los criaderos de fungus. Como muchas otras razas de hormigas, cultivaban fungus en profundas cuevas estratégicamente excavadas para que la temperatura y la aireación fuesen óptimas para su desarrollo. El suelo de estas cuevas estaba cubierto por una capa de materia vegetal formada por fragmentos de hojas y ramillas que previamente habían sido masticados y ablandados por unos individuos de la colonia dotados de poderosas mandíbulas y de unas voluminosas glándulas secretoras que contribuían a humedecer aquella biomasa. Todo aquel substrato orgánico estaba infiltrado por millones de finísimos filamentos blanquecinos que, aquí y allá, se apretaban y unían para formar unos nódulos esféricos blancos, ligeramente manchados de azul.

—El largo viaje hasta aquí me ha abierto el apetito. Joven, deme un nódulo de fungus.
—Cómo no, señor inspector. Aquí tenéis.
—Es curioso... ¿Qué clase de fungus es este que cultiváis aquí? En vez del color amarillento habitual este tiene tonalidades azuladas. ¡Caramba! Su gusto es excelente... ¡Ya lo creo! Al menos, sobre este punto podré informar positivamente. Dame otro nódulo, si no te importa. Mejor dame dos.

En los minutos siguientes el talante del inspector imperial pareció ir cambiando progresivamente, a medida que se aproximaban a la gran sala real. Su expresión dejó de ser huraña, y llegó – cosa sorprendente en un enviado imperial – a reír francamente y bromear con algunas jóvenes hormigas obreras que se hallaban almacenando grano.

Cuando entró de nuevo en la estancia de la reina, ésta abrió unos ojos como platos. El inspector venía tomando de la cintura a una joven y aguerrida hormiga guerrera, que le miraba con ojos soñadores.

—Deja, deja. Luego hablamos de ese viaje... ejem, ejem. Majestad...
—Eh... ¿Sí?
—No me queda sino felicitarte. Mi visita ha concluido. Partiré de inmediato hacia el hormiguero imperial. Quisiera pedirte un favor..
—Cualquier cosa que deseéis, señor inspector...
—¡Por favor, Queen! Llámame Arthur.
—Claro, claro, Arthur. Cualquier cosa que desees...
—Esta apuesta guerrera de tu hormiguero ha aceptado venirse conmigo. La vida de un inspector imperial no es fácil y se me estaba haciendo... digamos que algo monótona. Estoy seguro que con ella, y a partir de ahora, las cosas van a cambiar. Vamos, Lena.
—Te sigo, cielo. Majestad...
—¡Oh! Marchaos ya... Id con mi bendición.

La reina reflexionó unos instantes. Según le habían informado sus emisarios, el cambio en la actitud del inspector se produjo después de que probó el fungus.

—¿Cuándo se ha sembrado la cosecha actual del alimento?
—Hace cosa de quince días renovamos totalmente el substrato para una nueva siembra. El germen lo trajo el encargado de los suministros, y lo inoculamos como siempre.

—¡Llamad al encargado de suministros y compras! ¡Qué acuda de inmediato a mi presencia!

Poco después un bello ejemplar de hormiga, hermoso joven al que miraban sin disimulo la mayoría de las obreras y guerreras, se presentó ante la reina.

—¿Me llamabas, mamá?
—¡Hijo! Tú...
—El consejo me nombró encargado de suministros el mes pasado. Por cierto, me permití la libertad de replantar los huertos con un nuevo tipo de fungus.
—No te entiendo...
—En vez de comprar el germen en el mercado imperial, se lo compré a un viejo comerciante que conozco, que vive solo en el bosque.
—¡Hijo! ¿No será ese inmigrante que vende néctar fermentado, jugo de cactus y otras bebidas... absoluta y totalmente prohibidas?
—Ese mismo. Me vendió un germen de fungus traído de tierras exóticas. Me aseguró que es excelente.
—Y lo es, hijo mío. Seguro que lo es.

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           Todo lo que está ocurriendo allí es muy extraño, es cierto. Pero la vida sigue adelante en la colonia. Y lo hace de un modo que me cuesta describir. El hormiguero se expande, sus reservas aumentan, y todos sus habitantes parecen vivir ajenos a cuitas y preocupaciones. Por otro lado, no parece que estén en peligro ni la economía ni la salud del enjambre. Y hay algo que considero muy importante: todos parecen ser felices. De modo que no veo por qué se deba poner fin a los cambios de conducta que vuestros súbditos vienen experimentando en aquel lugar. Antes bien, creo que tan saludable comportamiento debería ser imitado por los demás hormigueros de la región. Tal es mi informe, Gran Emperatriz.